martes, 9 de octubre de 2012

Versos de rebeldía: "Walkers of air" by Sylvia Plath


SYLVIA PLATH: LA APERTURA AL INCONSCIENTE Y LA OTREDAD

La obra poética de la norteamericana Sylvia Plath es tan inquietante como su propia vida. Escritora precoz y muy consciente de su papel en el mundo como intérprete de una realidad no precisamente aparente, su biografía alimenta el mito del artista incomprendido, al margen de la aceptación mediocre.

Sus poemas no son fáciles de glosar, parten de una propuesta que es, de entrada, irracional, ambigua, en muchas de las ocasiones. Razón y sinrazón alternan en sus versos, como en las propias fotos que de su figura conservamos alternan dos Sylvias, como mínimo, dos mujeres: una, alegre, conforme, vitalista (por ejemplo, esa joven rubia que posa en la orilla de la playa ataviada con traje de baño, pagada de su belleza, como una modelo); otra, sombría, presa de la alucinación inteligente, lejana, lejana, clarísimamente remota. Sola en un paisaje casi siempre invernal, deshojado.

Sus palabras prosiguen un camino  decididamente abierto a la introspección, a hacer del mundo interior, de la impenetrable psique, el propio cosmos poético. En un proceso marcado por un acentuado egotismo, su poesía se aleja de lo asequible, de la lectura cómoda y fácil. Penetrar en el universo íntimo de Plath es asumir el riesgo de dejarse fascinar por sus claroscuros, de conducirse temerariamente entre sus muchas sombras.

Ella misma se confiesa, se reconoce como “una graja siniestra, meditabunda”. Advierte a quien a ella se acerca de sus estragos, en aras de algo que le exige un permanente sacrificio. Encuentra a su paso los caminos torcidos, con una improbable posibilidad para las rectas o la simple hermosura. Y, sin embargo, hay belleza en sus versos, incluso lugar para la ternura y la dicha. Aunque no basten para apartarla de la escarcha definitiva.

La orografía de Sylvia la imaginamos densa de negras lagunas, andantes desgarbados, ruinas, sueños desvalorizados, perturbadores desiertos y un sujeto que a veces logra vencer esa terquedad de hallar en todo síntomas de holocausto.

Su suicidio alimenta el mito de esa constante huida, o acaso sería más acertado decir, de esa constante búsqueda. Explicar su desaparición a resultas del abandono de su marido, el también poeta Ted Hughes, es querer simplificar mucho el estado de las cosas. Para Plath su familiarización con la muerte, su inclinación a ella, es anterior incluso a su matrimonio. La pérdida de su padre, a los ocho años de edad, la marcaría profundamente y junto con su naturaleza sensible le acarrearía continuas caídas depresivas, con sus respectivos tratamientos de choque.

 ¿Esas son experiencias que pueden explicar y abarcar en grado absoluto el misterioso ser que fue Sylvia Plath? Lo dudo. Su desaparición física fue el momento culminante de una continua serie de desapariciones progresivas, el fruto último de una severa dieta  de  levedad que la lleva de la mano a la extinción, sin resistencia. Un paseo suave, tranquilo, hacia la muerte.

 A mí me gusta imaginar que quedó un día ahumada en el cristal luminoso de la ventana, o presa de su doble en un espejito mágico que nadie ha conseguido aún localizar. Por fin hecha una con esa otra…