Cuando me derrumbo,
desprecio todo cuanto
en circunstancias
normales amo.
Detesto a la alondra,
cuyo canto carece de sentido,
odio el anodino cielo
azul sobre nosotros.
Los azafranes,
irguiéndose altivos sobre el césped,
las campanillas, próximas
a abrirse-
quisiera verlas muertas y
desaparecidas;
su vitalidad es una
invitación a la melancolía.
Y por encima de todo me
trae sin cuidado,
en esos ratos en que la
voz mía se asemeja
al monótono zumbido de la
colmena,
escuchar cómo mis
vivarachos colegas
ensalzan la maravilla de
estar vivo.
Traducción de Luisa Pastor
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