martes, 28 de julio de 2020

“Me siento y coso”, de Alice Moore Dunbar - Nelson (1875-1935) / (Traducido por Luisa Pastor)

Ilustración: Alba L. Giménez

Me siento y coso -una tarea banal, en apariencia,
sobre ella mis manos se afanan, sobre ella cae mi cabeza
bajo el peso de inquietantes visiones -
el arsenal de la guerra, los hombres en sus marchas solemnes,
todos con rostros de acero, y una severa mirada al frente que trasciende
en conocimiento a esas almas inferiores cuyos ojos ni han visto la Muerte
ni han aprendido que la vida no es más que un suspiro.
Con todo, yo debo sentarme y coser.

Me siento y coso, mientras mi corazón se desgarra de deseo,
y vuelve esa marcha terrible, las fieras descargas de fuego
devastando los campos y convirtiendo en una forma retorcida y grotesca
lo que fuera un hombre en otro tiempo. Mi compasiva alma se eleva
implorando a gritos, con el único anhelo de ir en pos
de ese holocausto infernal, de esos campos de aflicción.
Sin embargo, debo sentarme y coser.

Esta nimia labor sin objeto, este inútil remiendo…
¿Por qué he de soñar yo aquí, a salvo en mi hacienda, bajo techo,
cuando ellos yacen empapados de barro y lluvia,
pronunciando a duras penas mi nombre, en el avance y en la caída?
¡Tú me necesitas, Cristo! No es una rosada quimera
lo que persigo como destino – esta hermosa y fútil costura
es justo lo que me anula-. Dios, ¿debo sentarme y coser?

Enlace al poema original

domingo, 19 de julio de 2020

"Pescando en el Susquehanna un día de julio", de Billy Collins (Traducido por Luisa Pastor)

Ilustración: Alba L. Giménez


No he ido nunca de pesca al Susquehanna,
ni a ningún otro río, con esa idea concreta,
a decir verdad.

Ni en julio ni en ningún otro mes
tuve el placer -si es que es un placer-
de pescar en el Susquehanna.

A mí es más fácil sorprenderme
en un tranquilo cuarto como éste,
con un retrato de mujer colgado en la pared,

y un bol de mandarinas en la mesa,
tratando de manufacturar la sensación
de ir de pesca al Susquehanna.

No me cabe la menor duda
de que otros sí han estado
pescando en el Susquehanna,

han ido río arriba en sus rústicas embarcaciones,
hundiendo afanosamente los remos bajo el agua,
para alzarlos luego, goteando, hacia la luz.

Pero lo más cerca que he llegado a estar yo
de pescar en el Susquehanna
fue una tarde en un museo de Filadelfia

en la que pasé un buen rato
ante un cuadro
en el que ese río serpenteaba
bajo un cielo azul de onduladas nubes
bordeando la densa arboleda de las orillas,
y allí un tipo con un pañuelo rojo en la cabeza
sentado en un pequeño bote de color verde,
sostenía con paciencia el fino sedal de su caña.

“Eso es algo que difícilmente creo
que yo llegue a hacer”, recuerdo
que me dije a mí mismo, y también a mi acompañante.

Luego, en un abrir y cerrar de ojos,
me desplacé a otros paisajes americanos:
graneros, aguas espumosas cubriendo los roquedales,

e incluso en uno de ellos una liebre marrón
que parecía inquieta y en estado de alerta,
a punto, en mi imaginación, de salir huyendo del marco.


Enlace al poema original