Ilustración Alba L. Giménez |
De vuelos y caídas, de Jack Gilbert
Todo el mundo pasa por alto que Ícaro alcanzó a volar.
Igual sucede cuando el amor toca a su fin,
o un matrimonio fracasa y a la gente le da por decir
que sabían que aquello era un error, que todos
decían que aquello nunca funcionaría. Que ella era
de sobras mayorcita para saberlo. Pero todo cuanto
merece la pena hacerse, merece la pena hacerse mal.
Como estar allí aquel verano, tan próximo al océano,
justo al otro lado de la isla, mientras el amor se esfumaba
de ella. Las estrellas ardían con tal extravagancia entonces
que nadie hubiese creído en su futura extinción.
Cada mañana, ella despertaba en mi cama,
como una aparición, con la dulzura de un antílope
que permanece estático en la bruma del amanecer.
Y a la tarde, contemplaba cómo regresaba de su baño
avanzando por el candente suelo rocoso, con toda la luz
marina tras de sí, y el cielo enorme de otro lado.
La escuchaba atento mientras almorzábamos.
¿Cómo puede decir nadie que aquello fue un fracaso?
Es como la gente que volvía de Provenza
(cuando estaba de moda eso de ir a Provenza)
diciendo que todo bonito, pero las comidas muy grasientas.
Yo creo vehementemente que Ícaro no cayó con su caída:
simplemente apuró los confines de su triunfo.
(Traducción de Luisa Pastor)
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