VIVIR SOBRE LA VIDA MUERTA
por José Luis Zerón Huguet
por José Luis Zerón Huguet
Paul Celan |
Aunque alcanzó relevancia
internacional (en 1960 obtuvo el premio Büchner de los libreros alemanes) se
sintió solo y a veces perseguido. Era un hombre difícil poco dotado para las
relaciones sociales, pero trabó una gran amistad epistolar con la Nóbel Nelly
Sachs, que también sufrió la desaparición de casi toda su familia en los campos
de exterminio y cuya poesía tiene muchas afinidades con los primeros libros de
Celan. Con la poetisa austriaca Ingeborg
Bachmann, que le abrió muchas puertas en el mundillo literario, mantuvo una
relación pasional llena de claroscuros. Celan sufrió depresiones, rupturas,
incursiones en el alcohol, incluso crisis de delirios, al punto de intentar
matar a su esposa en una ocasión. La muerte de sus padres y su sentimiento de
culpa como superviviente, sumado a una grave acusación de plagio por parte de
la viuda del poeta Ivan Goll, hizo añicos su frágil sensibilidad. En la noche
del 19 al 20 de abril de 1970 se arrojó al Sena desde el Puente Mirabeau
(París), cantado por Apollinaire en uno de sus poemas más bellos; allí donde el
río es ancho y la corriente más fuerte. Un pescador encontró su cadáver días
más tarde.
Como
escritor Celan tradujo y escribió poesía. A lo largo de su vida no publicó
prácticamente prosa. En total su obra poética, compuesta entre 1938 y 1970,
abarca unos 800 poemas y está dividida en dos etapas claramente diferenciadas.
En los primeros libros la estética celaniana, aunque compleja, es transitiva,
flexible y musical. En sus versos están presentes los románticos alemanes Hölderlin
y Novalis, los tres grandes poetas espiritualistas Von Hofmannsthal, Rainer
María Rilke y Stefan George, Trakl y los
poetas principales del Naturlyrik
(Johannes Bobrowski, Ingeborg Bachmann y Günter Eich), y también se percibe la
influencia del surrealismo y la riqueza de imágenes bíblicas. A partir del
quinto libro, Die Niemandsrose (La
rosa de Nadie), 1963, hay un punto de inflexión: Celan abandona el
virtuosismo y la fluidez rítmica y empieza una poesía de destrucción que
desafía la inteligibilidad. En este periodo adscrito a la desidealización del
lenguaje, calificado como hermético, experimental o metapoético, Celan expresa
un mundo interior mítico y metafísico torciéndole el cuello a la gramática y a
la sintaxis, inventando retruécanos y neologismos, refundando un cúmulo de
palabras devaluadas por el uso. Adelgaza el poema hasta convertirlo en críptico
aforismo. El lenguaje aspira a perder su carácter mediatizador para convertirse
en un fin en sí. No depende de lo designado y es fiel a las compulsiones de la
palabra.
Desde
luego, el hermetismo de Celan no es nuevo; está presente en Mallarmé y Joyce,
en Ezra Pound, César Vallejo y e.e.
Cummings y en los poetas concretos alemanes y brasileños, pero su originalidad
estriba en un carácter personalizador y elegíaco, y una capacidad para
confrontar tradiciones y culturas muy diversas, desde la mística judía, hasta
la filosofía de Benjamin, Heidegger y Adorno, pasando por el lenguaje
científico. Celan crea una poética paradojal (escribió en la lengua de los
verdugos y admiró al filósofo filonazi Heidegger por su acercamiento al
misterio de la poesía, con quien se encontró en un par de ocasiones
decepcionantes para el poeta) que trata de responder a las dos grandes
preguntas sobre la poesía: “¿Para qué poetas en tiempos de carencia?” (Hölderlin)
y “¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?” (Adorno). “El hombre de los
mil naufragios”, como lo llamó Michaux, no supo responder a la primera
pregunta, aunque demostró que en tiempos oscuros los poetas son necesarios para
crear lugares habitables en las grietas del ocaso. La segunda cuestión la
resolvió afirmativamente con sus poemas. Insólitos. Celan creía que un mundo
nuevo es imposible sin un nuevo lenguaje.
Celan
nunca encontró cobijo y vivió a la intemperie entre dos reinos: el de la luz y
el fuego y el de la noche y la ceniza. Su poesía, alusiva y elusiva, resulta
misteriosamente precisa y a la vez inasible en su lenguaje sintético. Sus versos
agónicos, fragmentados, revelan la extrañeza del propio abismo y el del lector
con una polivalencia significante. Requieren lectores atentos que no teman a la
inclemencia de una metafísica que no se entiende y asuman el riesgo de avanzar
entre rescoldos.
La
poesía de Celan ha sido vertida a las lenguas más habladas y desde su muerte se
han sucedido estudios sobre su obra en todo el mundo. Aquí, en España, ha sido
traducida, entre otros, por Jaime Siles, Jesús Munárriz, Felipe Boso, José
Ángel Valente y J. L. Reina Palazón.
Fuga de muerte es, sin lugar a dudas, el
poema más conocido de Celan y el que figura en casi todas las antologías del
autor. Pertenece a MohnundGedächtnis
(Amapola y memoria), su segundo
libro, publicado en 1952. Es uno de los grandes poemas del siglo XX. Según el
crítico Siegbert Prawer, es comparable en importancia al Guernica de Picasso.
El título alude a la estructura del poema, concebido como una fuga musical y a
la vez hace referencia a los músicos judíos obligados a tocar mientras sus
compañeros cavaban fosas o en orgías de los SS alemanes con jóvenes judías.
Destaca en la obra celaniana por su longitud y accesibilidad. Es un ejemplo de
cómo un poema de denuncia se aleja eficazmente de la verborrea hiperbólica y la
topiquería sentimental hasta alcanzar una memorable maestría metafórica.
Videomontaje: "Fuga de la muerte"
por Luisa Pastor
Una
noche, tras la presentación en el Ateneo de Orihuela del libro “Rostros de tiza”,
de nuestro amigo el escritor Manuel García, nos hallábamos un grupo de
inquietos tertuliando a deshora en la terraza del barecillo situado frente al Teatro
Circo. Cerveza en mano, noche apacible y amena, espléndida conversación… De ahí
surge este montaje que hoy presentamos. El culpable: el poeta José Luis Zerón,
que me reta personalmente arrojándome el guante de enfrentarme a la poética de
Celan, en concreto a un poema que él consideró que nunca había oído declamar
como le gustaría.
Cuando
leí el poema, la misma mañana siguiente, supe que ese poema era para mí. Creo
que José Luis lo sabía también. Con todo, pasado el primer entusiasmo, es un
poema que me ha brindado no pocas inseguridades, pero también grandes
satisfacciones, he luchado contra su patetismo y a la vez me he dejado
arrastrar por su desolada esperanza en el hombre, convertido en un ser macabro
y sensible a la vez, un monstruo bicéfalo cuya mirada es insoportablemente gélida,
siendo humana, como en principio debiera ser. Un niño que como tal juega a ser
despiadadamente cruel. No debemos olvidarlo… Por eso Celan es imprescindible:
por lo que dice y por cómo lo dice, con un chorro de conciencia que se declara
incapaz de razonar esta compleja naturaleza o maquinaria nuestra,
como no sea a través
del delirio...