Ilustración: Alba L. Giménez |
Oh, silenciosa y plácida mañana de octubre,
tus maduras hojas presienten su caída,
el viento de mañana, si sopla fuerte
acabará con todas ellas esparcidas.
Los cuervos claman en lo alto del bosque;
puede que mañana se agrupen y emprendan la salida.
Oh, silenciosa y plácida mañana de octubre,
alumbra las horas de hoy perezosamente.
Haz que este día sea menos fugaz, a nuestros ojos.
Ya que los corazones se prestan gustosos al engaño,
embáucanos como tú sabes.
Deja caer una hoja al amanecer;
al mediodía libera otra;
una que caiga de nuestros árboles, la otra de más lejos.
Haz que el sol se distraiga en la levedad de la bruma;
cautiva a la tierra con tus amatistas.
¡Despacio, despacio!
Compadécete del temblor de la vid, al ver todas sus uvas
con las hojas consumidas a causa de la helada,
y la gloria de sus racimos condenada, asimismo, a perecer.
Compadécete del temblor de la vid que pende del muro.