Con el acercamiento a la figura de Wislawa Szymborska, escritora polaca nacida el 2 de julio de 1923, nos adentramos en una poética que, como hija inexcusable de su época, aparece marcada por un existencialismo humanísimo y en absoluto impostado.
Su poesía indaga en el abismo, en el misterio que entraña el mismo hecho de formar parte del mundo, sin acabar nunca de comprender, en una perenne actitud de perplejidad ante él. Y en ese abismo cobra protagonismo la inevitabilidad del dolor, sin posibilidad de enajenación.
El individuo frente a la masa, la relación hombre-mujer, la nostalgia del amor perdido, la dictadura del número, los escombros humanos que dejan las guerras, los vaivenes de la historia… son temas constantes que, con todo, translucen algo que no tiene exactamente que ver con la amargura. Hay en Wislawa un punto de distanciamiento: llamémosle ironía, escepticismo, que alejan sus versos del derrotismo.
El poema seleccionado es reflejo de ese fino humor que se confunde con la denuncia, de ese tono aparentemente despreocupado que clama contra un estado de cosas, contando seguramente con un eco que lo lapida. Se trata del poema “Fin y principio”, incluido en su último poemario, titulado de idéntica manera y publicado en 1993.
En la edición que en 1997 preparó Hiperión, una selección de sus poemas más representativos, que va ya por la quinta edición (la última, en 2010), nos encontramos con unas palabras preliminares de la reconocida especialista Malgorzata Baranowska, que nos aclara cómo, en la poesía de esta escritora, Premio Nobel, se nos presenta la historia concebida “como un conjunto de casos del destino escritos con minúscula. Las suposiciones, los recuerdos cambian el rumbo de las cosas vistas por los ojos de los testigos. La naturaleza puede con los restos abandonados en los campos de batalla.”
En el poema “Fin y principio” constatamos cómo el hombre hereda sobre todo el olvido, cómo las guerras, las catástrofes acaban convertidas en un cuento que al fin acabamos por no escuchar, un relato agotado y cansino. Solo las ruinas quedan como testimonio que habla sin necesidad de invitación. Salvo que también ellas acaban en el vertedero, tarde o temprano. No en vano son hijas nuestras…
Con todo, Szymborska concluye de forma optimista:
“El mundo, pensemos de él lo que pensemos, espantados por su inmensidad y por nuestra propia impotencia frente a él, amargados por su indiferencia a los sufrimientos – los de la gente, los de los animales, , y tal vez también los de las plantas, pues de dónde la seguridad de que las plantas están libres de sufrimiento-; pensemos lo que pensemos de sus espacios atravesados por la radiación, de las estrellas, alrededor de las cuales se han empezado a descubrir nuevos planetas, ¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe; digamos lo que digamos de este inconmensurable teatro para el que tenemos una entrada, aunque su validez sea ridículamente corta, limitada por dos fechas categóricas ; pensemos lo que pensemos sobre él, este mundo es sorprendente”.
Os invitamos a participar de esta certera visión del mundo, en el montaje que hemos preparado para rendirle homenaje. Gracias por vuestra visita.
Inauguramos una sección en la que semanalmente se rendirá homenaje a los poetas que con sus versos han contribuido a la generación de una toma de conciencia, una poesía llamada de urgencia que conviene rescatar, rememorar y tener muy presente para enfrentarnos a los dilemas que se nos siguen planteando, esos que se repiten cíclicamente.
Junto a una breve retrato del poeta homenajeado, se incluirá uno o varios de sus poemas, que irán acompañados de audición. Gracias por recordarlos con nosotros.
ÁNGELA FIGUERA AYMERICH:
Poema "Balance"
En el año 2002 se celebró el centenario del nacimiento de esta mujer, oriunda de Bilbao, docente y poeta, rebelde en unos versos encendidos por la guerra civil, que marca profundamente su vida y su poética.
La falta de respeto por la vida, la ausencia de libertad, los bombardeos sobre las vidas nuevas e inseguras, frágiles, el grito inútil de tantas madres y el papel insignificante adjudicado a la mujer, son algunas de sus denuncias.
Los poemas seleccionados forman parte de su poemario Belleza cruel, un libro con el que Ángela Figuera quería "dar voz a los perseguidos, los desesperanzados, ponerse junto al hombre y acompañarle, ayudar a hacer puente entre hermanos separados", como recuerda su hijo, Juan Ramón Figuera, en las primeras páginas de la edición que de esta obra preparó Torremozas para conmemorar el centenario de su nacimiento.
Esta obra apareció por primera vez en el verano de 1958 en México, publicada por la Compañía General de Ediciones y le mereció el Premio de Poesía Nueva España, otorgado ese mismo año por la Unión de Intelectuales Españoles en aquel país. De ella se conocía ya Mujer de barro, Soria pura y Los días duros, que era, a su vez, reedición, de sus, hasta el momento, tres obras mayores: Vencida por el ángel, Víspera de la vida y El grito inútil. Veinte años habrían de pasar para que Belleza cruel viese la luz en España.
La importancia de la obra viene subrayada por el prólogo que lo anticipa, firmado por León Felipe. El poeta se retractaría en este escrito de aquella maldición que encajó a los franquistas cuando partió al exilio, dejando a la tierra, a la patria, "sin canción". El poeta que mejor encarna quizá el destierro reconoce a una pléyade de jóvenes poetas como Ángela capaces de hacer resurgir el poder del salmo en España, y le dirige estas sinceras palabras: "Nosotros no nos llevamos el salmo", dice,"De este lado nadie dijo la palabra justa y vibrante. Hay que confesarlo: de tanta sangre a cuestas, de tanto caminar, , de tanto llanto y tanta injusticia...no brotó el poeta. Y ahora estamos aquí, del otro lado del mar, nosotros, los españoles del éxodo y del viento, asombrados y atónitos oyéndoos a vosotros cantar: con esperanza, con ira, sin miedos".
La voz de Ángela Figuera suena junto con las de Dámaso Alonso, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, Leopoldo de Luis,... aquellos que se quedaron para participar muchas de las veces de un exilio interior, no exento de fruto, en la vieja hacienda que parecía haber quedado muda y estéril...
LIBERTAD
Crecieron así seres de manos atadas.
Empédocles
A tiros nos dijeron: cruz y raya. En cruz estamos. Raya. Tachadura. Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.
Si observas la conducta conveniente, podrás decir palabras permitidas: invierno, luz, hispanidad, sombrero. (Si se te cae la lengua de vergüenza, te cuelgas un cartel que diga “mudo”, tiendes la mano y juntas calderilla.)
Si calzas los zapatos según norma, también podrás cruzar a la otra acera buscando el sol o un techo que te abrigue.
Pagando tus impuestos puntualmente, podrás ir al taller o a la oficina, quemarte las pestañas y las uñas, partirte el pecho y alcanzar la gloria.
También tendrás honestas diversiones. El paso de un entierro, una película de las debidamente autorizadas, fútbol del bueno, un vaso de cerveza, bonitas emisiones en la radio y misa por la tarde los domingos.
Pero no pienses “libertad”, no digas, no escribas “libertad”, nunca consientas que se te asome al blanco de los ojos, ni exhale su olorcillo por tus ropas, ni se te prenda a un rizo del cabello.
Y, sobre todo, amigo, al acostarte, no escondas “libertad” bajo tu almohada por ver si sueñas con mejores días. No sea que una noche te incorpores sonambulando “libertad”, y olvides, y salgas a gritarla por las calles, descerrajando puertas y ventanas, matando los serenos y los gatos, rompiendo los faroles y las fuentes, y el sueño de los justos, porque entonces, punto final, hermano, y Dios te ayude.
Todas las épocas de la humanidad han conocido crisis; esta que hoy atravesamos cual tormenta de Delacroix no es la primera ni será la última. Lo que distingue, realmente, a unas de otras, es la reacción de los individuos que la sufren.
Pienso mucho en estos tiempos, por ejemplo, en aquellos rebeldes que protagonizaron la Revolución Francesa, miro los periódicos con sus noticias ulcerosas de corrupciones y recortes, veo las caras sonrientes de políticos galantemente trajeados con su sonrisa sardónica y aviesa, y recreo con gusto (lo confieso) aquellas centelleantes guillotinas galas o las hachas estridentes y sedientas de Miguel Hernández, en alto exigiendo la justicia que la política, con sus ardides y retóricas, no da. Suena tremendo, de acuerdo, pero ya empezaríamos a respetarnos, eso es seguro.
Me queda la imaginación, desde luego, porque en la historia reciente no hay capacidad de sublevación, ¡qué digo!, siquiera de respuesta. El grado de civilización se ha desarrollado, se ha refinado tanto que la crítica se considera de entrada ofensiva, las movilizaciones son calificadas poco menos que de hueras gamberradas, la rebelión de las masas se vende como un sorprendente producto de Pizza Hut; las marchas a la Bastilla, como un vulgar paquete turístico.
No hablo de volver a inclinaciones bárbaras, claro que no, pero desde luego hemos de abominar ya de esta falsa armonía que ha creado la palabra democracia, un escondite para las más viles falacias, aquellas que pasan por completo inadvertidas. El poder, debemos saberlo viendo cómo se van desarrollando los acontecimientos, no lo tiene el pueblo. Nos han dado un opio, que es a lo único a lo que podemos aspirar: al humo de una fantasía pervertida y perversa en la que el individuo, sobre todo, ciertos individuos, que curiosamente somos la boba mayoría, no cuenta para nada.
La diferencia, en fin, con otros tiempos, es que actualmente, por principio, el pueblo no desconfía, no se rebela, no se inmuta. Si le pinchas, ni sangra.