En nuestro espacio abierto a homenajear a Leopoldo María Panero, seguimos recibiendo la estimable contribución de colegas escritores que ofrecen su punto de vista sobre esta singular figura literaria. En este caso, compartimos con vosotros la reseña (publicada ya en Mundiario) que nos envía el poeta Manuel García Pérez, autor de Luz de los escombros, poemario que,de alguna forma, participa también de la estética paneriana.
El poeta Leopoldo María Panero fue una escuela y un lastre para muchos poetas
Leopoldo María Panero ha muerto. Me preocupa la extensa
nómina de creadores y artistas que han escrito sobre su malditismo, algunos de
ellos, de forma esplendente. Pero Panero, como cualquier otro poeta, debe ser
excluido de las hagiografías. La poesía es miserable, siempre es miserable. Yo
no quería que Panero ocupara espacios en radio y televisión una vez muerto, ni
quería dedicarle estas palabras. Pero hay un ansia congénita por celebrar lo
raro, lo auténtico y la exclusión, porque vivimos en un mundo donde se nos ha
enseñado a ser esclavos sin saberlo.
Desde mis dieciocho
años, celebré la poesía de Panero. Sus metáforas marcaron escuela, pero ha sido
una escuela vergonzante, fugitiva, sin discípulos. Nadie quiso imitarlo una vez
superada la fascinación. Eso lo hizo más auténtico. Recuerdo leerlo en mi
cuarto a la luz de una lamparilla. Mi abuela dormía en la otra cama. Estaba a
punto de amanecer.
No quería a Panero
en los medios como si fuera el Hombre Elefante. Su poesía es destructiva, no
hay hermosura, salvo la que procuran algunos de sus símbolos bajo el duelo y la
anestesia. Hubo un momento en que tuve que abandonar a Panero; me resultaba
repetitivo y lleno de vicios, aunque era innegable que había un bagaje de
lecturas y de influencias que a muchos de nosotros nos hizo reflexionar sobre
la tendencia del lenguaje poético como un lenguaje de sobrecogimiento, de
desolación y de conmmoción. Pero era tan destructivo que tuve miedo a
acostumbrarme a ese lenguaje y a interpretarlo como una pose, una impostura y,
por último, como una frivolidad.
Por eso dejé las
lecturas de Panero y los medios se han ocupado del poeta que muchos no
queríamos, el de la frivolidad, el de la genialidad, el de las rarezas y las
adicciones. Y no hay genialidad en estar enfermo, en luchar contra la madre.
No, no hay genialidad en estar ingresado en un psiquiátrico de por vida.
La genialidad arraiga
en su escritura, primordial para los que comienzan a escribir y envenenada para
aquellos que buscan la personalidad de una voz con la que evolucionar. Sin
lastres.