Os presentamos un homenaje a Marina Tsvietáieva, con la voz de Luisa Pastor y la colaboración inestimable de José Luis Zerón, que nos da su visión personal y única de la poetisa rusa. Además, os entregamos un poema inédito de Luisa Pastor inspirado en Tsvietáieva.
MARINA TSVIETÁIEVA: UNA POÉTICA DE LA INTEMPERIE
Hace algún tiempo fui invitado a
dar una dar una charla en un instituto. Al finalizar la misma, una profesora me
preguntó: ¿“Por qué ya no hay poetas como Marina Tsvetáieva?”. Desconcertado, improvisé
una respuesta para salir del paso. Hoy tampoco sabría responder con precisión a
tan audaz pregunta. Solo se me ocurre pensar que la gran escritora rusa Marina
Tsvetáieva (1892-1941), vivió en una época en la que todavía se creía en los
poetas, no como meros artesanos de la palabra, sino como artista fervorosos
dotados de una sensibilidad especial para vivir atentos a la revelación –que
podía surgir en las honduras del yo o en la convivencia cotidiana- y
capacitados para afrontar riesgos, privaciones y sufrimientos. Como sus amigos,
Boris Parternak y Anna Ajmátova, Marina vivió a la intemperie desde muy joven,
constantemente violentada por el infortunio y la barbarie. Como ellos escribió
a todo riesgo, sin la red protectora de la retórica. Toda su vida fue una tragedia
que encaró con un coraje y una dignidad que solo el descreimiento de nuestro
tiempo nos impide llamar heroísmo.
Sufrió la
pobreza y el exilio, cuando acompañó a su marido Serguéi Efrón, un capitán en
activo que huyó de la revolución rusa. Primero en Praga (1922) y luego en París
(1925). Tuvo dos hijas, Irina y Ariadna y un hijo, Gueorgui. Alejada de los
círculos literarios parisinos no encontró el reconocimiento que merecía. Pero
ella, que nunca perdió la fe en la poesía –aunque siempre temió perderla-,
escribió estos versos clarividentes: Mis
poemas serán saboreados como raros vinos/ cuando sean viejos.
Nostálgico de
su patria, Serguéi Efron fue simpatizando con la causa soviética y aceptó
trabajar para el servicio secreto. En 1937 cayó en desgracia y fue obligado a
regresar a Moscú. En 1939 Marina Stvetáieva volvió a la Unión Soviética para
reunirse con su marido. Ese mismo año Serguéi y su hija Ariadna fueron arrestados.
Marina respondió a los continuos agravios y humillaciones con la ofrenda de su
poesía, que no claudicó ante el nuevo dios y la ciega multitud que lo adoraba. Aunque escribió teatro, ensayo, un diario y
abundante correspondencia, es en su poesía –elaborada con un lenguaje cuidado y
de gran potencia visual y sonora- donde resalta la verdadera llama de su
talento creativo en perpetua lucha contra el sufrimiento. Sus poemas, plagados
de diálogos y preguntas, se extienden por los vastos territorios de la analogía
y acuden al misterio y se internan en la espesura a través de elipsis o repentinas
rupturas de lo previsible. Los versos fluyen, respiran, se entregan a la deriva
de su propio aliento con un insólito resplandor de aurora y de ocaso; en ellos
se mezclan el latido aventurero de lo naciente y la intensa solemnidad de lo
que finaliza. Una de sus traductoras, Selma Ancira escribió: “Tsvetáieva logró
pulverizar las palabras, logró que suenen de una manera distinta”. En mi
opinión, Antes del fin, título
premonitorio, es el mejor poema de Marina Tsvetáieva y junto a Réquiem, de su amiga Ajmátova, el gran
poema de la literatura rusa
El
temperamento resistente de Marina, manifestado en muchos de sus versos, se
encaró contra el sentido trágico de la existencia: “No te llevarás el rojo de
mi mejilla/, poderoso como el desborde de un río./ Eres cazador pero no me
rendiré./ Tú eres la persecución, pero yo soy la fuga”.
Su hija
Ariadna manifestó en su libro Marina
Tsvetáieva, mi madre: “Escribía de mañana, bien temprano, con el estómago
vacío (…) podría escribir cualquiera fueran las circunstancias que la rodearan
y de hecho así lo hizo”.
Pero tanta
rebeldía contra la siniestra realidad, tanto coraje, tanta intemperie, tantas pulsiones
heroicas tuvieron un límite. En 1941 Serguéi Efrón fue fusilado. Ese mismo año,
Marina se suicidó buscando la consolación en un paisaje lejano, el espacio de
paz que cantó e invocó en muchos de sus poemas.
José Luis Zerón Huguet
Ya que aquí nunca nada se realiza...
A Marina Tsvietáieva,
desde otro siglo
Ya que aquí nunca nada se realiza...
… ¿ Por qué no participar
del ser de las Musas,
compartir con ellas
su leve peso,
apenas sostenido
por las gasas de la imaginación?
Si nada al margen se consuma,
si todo por igual se desvanece,
¿por qué no dormir pronunciada
entre los labios del poeta,
por qué no pasear mi fantasma
por sus andamios y aranceles?
En tanto que solo la fuga persiste,
en tanto que somos ambos peregrinos
sin la palma y la gloria de los vivos,
¿por qué no alentar un trazo, una idea, la primera,
ser absoluta como el Arte, necesaria,
y olvidar de momento el canto
para admirar ese prodigio, esa desembocadura,
con el tedio de mi carne inspirando su rezo…?
Como quiera que entiendo
su figura al trasluz de mis dolientes versos,
como quiera que ayer perseguí el mismo sol,
hasta que cayó la tarde, y sobrevino el frío,
¿por qué no conducir sus dedos
por el abandonado oficio
de hallar los secretos
perdidos entre mis anillos?
Sabiendo que nunca nada se cumple
aquí por siglos,
sabiendo que hay una hora para todo
que se cobra el silencio,
nada debiera al menos impedir el consuelo
de encontrar a su lado
un paisaje para mi descanso,
un instante para adivinar la intención de sus manos,
y luego cerrar sus ojos, mis ojos,
y evocar juntos el mismo sueño…
Luisa Pastor Martínez