Mucho
es lo que ha visto Zarathustra, mucho es lo que ha
sufrido.
Pero solo ha aprendido una cosa, sólo tiene una sabiduría, un orgullo.
Ha aprendido a ser Zarathustra.
Pero solo ha aprendido una cosa, sólo tiene una sabiduría, un orgullo.
Ha aprendido a ser Zarathustra.
Herman
Hesse
Juan
Ramón Jiménez
Decía
Cioran en una entrevista con François Bondy que no se debería
escribir sobre lo que no se ha releído. En mi caso, he de
decir que tengo la fortuna no solo de haber leído y releído a José
Luis Zerón, sino también de haber disfrutado de una proximidad que
me ha permitido tener detenidas y estimulantes conversaciones con él
acerca de su obra y su modo de posicionarse ante el hecho creador, su
faceta de demiurgo.
De
tan distendidas charlas, la idea que se desprende, a mis ojos, es la
natural y absoluta correspondencia entre su persona y su creación,
la sólida autenticidad de su discurrir poético, que él concibe, y
así lo ha expresado en alguna ocasión, como “un oficio
paradójico y fronterizo con dolor, asombro, astucia y mucha
intemperie”.
En
‘De exilios y moradas’ (Polibea, 2016), como también en sus
anteriores poemarios, la poesía se torna un lugar sedicioso donde
confluyen, en franca algarabía, cruciales conceptos tradicionalmente
sometidos a oposición: armonía (luz)- espanto (tenebrosidad); fe
(paz) -incertidumbre (caos). No hablamos, claro está, únicamente de
un quehacer poético, sino del desgarro humano que se interroga
acerca de su identidad, su propia naturaleza, arrojada sin voluntad y
sin explicaciones a un mundo que no se deja comprender, participando
del infructuoso debate entre la realidad y la apariencia.
El poeta José Luis Zerón |
Una
poesía, en definitiva, de carácter cosmogónico y meditativo, con
explícita influencia de Oriente, como se deja ver en el poema “La
danza de Shiva”, y ello lo ubica en una órbita de intelectuales como Hesse, que quedaron prendados, en el desencantado Occidente del
S.XX , tanto de los grandes escritores chinos como de la India de los
Vedas. La poesía, en efecto, concebida como una filosofía de vida,
una herramienta de conocimiento, aunque imperfecto, del cosmos
(incluido el que todos llevamos dentro). Del descalabro occidental,
salva Hesse a Goethe, quien por cierto también figura en De exilios
y moradas, en lo que podemos considerar un diálogo entre autores,
“Palabras para unos versos de Goethe”. En opinión del autor de
El lobo estepario, el mundo tendría muy otro aspecto si el hombre
estuviese más inclinado a vivir en el reino espiritual de Goethe.
“Nada vivo es uno, siempre es muchos”, nos recuerda Zerón
reproduciendo parte del poema “Epirrema”, y entrando en debate
con él, pero con presentido desaliento.
No
se trata únicamente de una reflexión acerca de la liturgia
literaria, sino del hecho -en absoluto sereno- de estar vivos, y
solos, y confusos, algo desvalidos, sin conclusiones, salvo unas
pocas, erróneas en todo caso, y dispersas, con toda certeza
inútiles.
Para
todo poeta que siente su misión como una especie de sacerdocio (lo
es para Zerón como lo fue también para Leopoldo María Panero, a
cuya memoria se dedica en este poemario una composición, la Cantata
para un poeta náufrago, con bellas resonancias de la Pavana
para un niño difunto) la poesía exige, sin huida posible, un
sacrificio, un altar, un fuego, y una víctima...
Pero
¿quién? ¿quién ha dejado dicho que deba ser el poeta, solo porque
ve en lo que florece, en lo que crepita, en lo que cruza el cielo en
bandada, los signos que contienen el secreto de esta tupida fronda,
tan solo en apariencia protectora?
¿Y
sacrificarse para qué, y por quién, cuando la verdad es que nadie,
nadie, ni aun la Sibila, como una Casandra arrepentida, quiere oír,
quiere saber, anticipar la lumbre?
Y
los que saben, quienes han aprendido costosamente a desenmascarar,
quedan adscritos a la lejanía como premio, anticipándose a los
demás en el dudoso privilegio de testimoniar “el oleaje de
deshechos” que arrastra la vida, su inmarcesible extravío.
Siendo
consciente de esto el poeta, ¿por qué no calla? Ésa es la
cuestión. ¿Por qué hablar?¿Debe ser él el carnero, y la mirada
última del carnero? Observar lo que es imposible de ver, cuantificar
un tiempo que no existe, levantar las piedras, apartar los ramajes,
donde el espacio es claro y llano el camino...
Nada
de esto parece tener sentido. Ni tiene por qué obedecer a una razón.
Pero, dado que el poeta ha sido creado para ser entregado a las aras
del lenguaje, a las incandescentes ascuas de Moloch, por humilde y
limitada que sea la ofrenda, su deber es buscar, explorar en el
exilio el cúmulo de presentimientos, contradicciones y perplejidades
con que ha edificado a porfía su descabalada identidad.
Invoca,
hollando la herida, la palabra que sobrevuela el pozo, para poder
hallar en su
destrucción
el germen que le redima de la realidad, que le purifique en el
sueño, a la hora en que es imposible nombrar...
Luisa Pastor
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