martes, 18 de febrero de 2014

Texto escrito por José Luis Zerón para el Aula de Poesía "Miguel Hernández"


Como ya os anunciamos el Aula de Poesía vuelve a final de este mes, en concreto el día 28. Cada encuentro se cerrará con un texto del autor homenajeado que verse sobre la figura del poeta oriolano más universal y que da nombre a nuestro proyecto. A continuación, os ofrecemos en primicia el que José Luis Zerón realizó para el encuentro en el que tratamos su poesía. Su título: Mi relación con Miguel Hernández. Ramón Bascuñana también nos ofrecerá el suyo al final del encuentro en el que repasaremos su obra poética.


MI RELACIÓN CON MIGUEL HERNÁNDEZ
Una tarde de 1974 mi padre regresó del trabajo con una misteriosa actitud: llamó a mi madre y casi a escondidas le mostró un libro que sacó de un sobre. Mis padres sonrieron entre perplejos y satisfechos. Después de examinar el libro durante unos minutos lo escondieron en lo alto de una estantería del comedor. Tenía yo entonces 9 años y, como todos los niños de esa edad, era muy curioso y observador. Pregunté a mis padres por aquel misterioso libro y mi madre me respondió lacónicamente: “lo ha escrito Miguel Hernández, un poeta de Orihuela”. Era la primera vez que escuchaba ese nombre y me quedé intrigado. Ese mismo día busqué en la Enciclopedia Sopena Universal, que era la que había en mi casa y en muchos hogares españoles, el nombre de Miguel Hernández y, para mi sorpresa hallé esta notita: “Poeta español, nacido en Orihuela (Alicante) en 1910. Colaborador de revistas de vanguardia como Cruz y Raya y Sudeste, y de Hora de Poesía, autor, entre otras obras, de Perito en lunas (su primer libro) Quién te ha visto y quién te ve, El rayo que no cesa (poemas, 1936), Teatro en la guerra (cuadros escénicos en prosa, 1937), El labrador de más aire (tragedia en verso, 1937), etc. Murió en un accidente en 1943”.
            Me sentí defraudado: qué tenía de extraordinario el tal Miguel Hernández salvo  que fue hombre de poca ventura, pues que murió muy joven en un accidente?
            Dos años más tarde se celebró el homenaje de los Pueblos de España al poeta oriolano. En mi casa, ya con más libertad, se habló del acontecimiento y entonces sí, mis padres me explicaron que Miguel Hernández fue un poeta comunista y que no murió en accidente sino en una cárcel franquista. Y resultó que mis padres conocían a algunos familiares del poeta y que yo había jugado varias veces con dos de sus sobrinos nietos. Por entonces yo leía mucho, y a pesar de mi precocidad lectora la poesía aún no se encontraba entre mis preferencias. Me sedujo plenamente cuando ingresé en el Instituto Gabriel Miró. La leía con avidez y al mismo me atrevía a escribir mis primeros poemas. En materia de poesía ya entonces tenía el sentido común para no albergar ningún propósito y ser muy discreto. Sentía que hacer pública mi vocación era como confesar un secreto indecente. Traté de leer con poca fortuna el libro que años atrás mi padre trajera a casa clandestinamente. Era una antología editada por Cátedra titulada El hombre y la poesía e iba acompañada por un sesudo estudio del antólogo, Juan Cano Ballesta, a quien conocería pasados los años en una de sus visitas a Orihuela.
            Lo cierto es que no me atrajo en un primer acercamiento la poesía de Miguel Hernández. Simplificando: encontré en ella una retórica llana y demasiada entregada al cálculo forzado de la métrica y a la rima implacable. Me gustaba su ejemplaridad humana, como la de César vallejo (entonces empecé a leer con mucho interés al poeta peruano), pero me resultaba ajeno su lenguaje. Y el caso es que Miguel Hernández cuenta con todos los ingredientes necesarios para deslumbrar a un adolescente, al menos a un muchacho de entonces: amistad, aventura, coraje, sufrimiento, lealtad, amor… Pero yo frecuentaba a poetas oscuros y complejos, esenciales, simbolistas o visionarios; los que tejieron su discurso con una polivalencia misteriosa. Entonces yo no era capaz de entender que la poesía insólita y difícil nos es aquella en la que no se entiende nada, sino aquella que nunca se comprende de manera definitiva. Por otra parte, como no podía ser de otra manera, sentía la pulsión negativa de matar al padre. Cuando mis familiares se enteraron de mi pasión por la poesía, me dijeron: “A ver si nos sale otro Miguel Hernández”. Lo que no me hacía ni pizca de gracia. Cuando publiqué mi primer poema en una revista del instituto, los escasos lectores hallaron influencias de Miguel Hernández, o más bien creyeron hallarlas. Pronto comprendí horrorizado que mi destino poético estaría supeditado a la omnipotente presencia de mi paisano y traté de distanciarme de su figura tutelar, pero no pude.
            Como fundador y director de las revistas Empireuma y la Lucerna me vi involucrado en homenajes a Miguel Hernández al margen de las celebraciones póstumas oficiales que eran y son un fúnebre asunto de herederos y especialistas. Nada más salir a la calle Empireuma, y tenía yo entonces diecinueve años, inicié mi actividad hernandiana. Años después, desde La Lucerna, creamos la Comisión Pro-Fundación Miguel Hernández y conseguimos que la sede de esta institución se ubicara en Orihuela, y dedicamos varios números al autor de El rayo que no cesa. Todo ello me motivó a leer la poesía de Miguel Hernández limpiándome de prejuicios y precomprensiones y a escribir varios artículos que ampliaron la bibliografía sobre el poeta. De esta manera, sin pretenderlo y sin ser en modo alguno un especialista, me vi incluido en esa nebulosa categoría llamada hernandismo.
            Creo tener, sin embargo, la autoridad suficiente para afirmar que tantos años de reivindicaciones y homenajes solo han servido para convertir a Miguel Hernández en un mito, en una figura icónica manipulada por tirios y troyanos. Mi amigo Pepe Rayos me facilitó hace unos meses un excelente artículo escrito por el  poeta Jenaro Talens en 1976, con motivo de la celebración del Homenaje de los Pueblos de España a Miguel Hernández. Ya entonces le preocupaba a Talens que el carácter cívico del homenaje hiciera olvidar la figura misma del poeta y advertía del peligro de reducir al homenajeado, víctima de la barbarie y sin duda un héroe, en un mito, lo que representaría otra forma de muerte. Para Talens esta posibilidad “simplifica lo complejo y reduce la riqueza y multiplicidad de una trayectoria a la categoría de estereotipo fácilmente clasificable y etiquetable”, y añade que Miguel Hernández “es poeta más citado que leído y, en consecuencia, tan manipulado por una derecha que intenta, desde hace años neutralizarle, asimilándolo, como  por una izquierda no por bienintencionada menos simplista”.
            Estas palabras, escritas hace casi cuarenta años, tienen hoy plena vigencia, pues poco se ha avanzado desde entonces. No solo Miguel Hernández es más citado que leído sino que además se han consolidado los viejos tópicos y estereotipos sobre su vida y su obra, precisamente cuando contamos con más datos objetivos para destruirlos. Su  trayectoria política honesta, combativa y solidaria ha sido neutralizada; y domesticada la potencia excepcional de su poesía, que actualizó la tradición y elaboró un discurso que refleja la complicidad entre vida y escritura y alcanza lo sustancial sin renunciar a lo superfluo, con un dinamismo ágil y una sabia dosificación de los atributos cultos y populares. La poesía de Miguel Hernández es tierna, mansa, utópica, pero no renuncia a la furia y el improperio; venció los obstáculos de sus propios adornos y pesados atavíos para alcanzar la transparencia, la desnudez, la honda claridad. A veces pensar la poesía significa negarla: Miguel Hernández no era un teórico, por eso sus poemas nos llegan a través de las emociones y no del intelecto. A nuestro poeta le resultaba más difícil hablar de poesía que crearla.
            Utilizaba al principio una figura freudiana - matar al padre- para expresar mi necesidad adolescente de escribir liberado de la imponente figura tutelar de Miguel Hernández, y acabo ahora haciendo otra llamada de libertad menos dramática. Siempre he dicho que el mejor homenaje a Miguel Hernández es apoyar institucionalmente a la poesía sin tapujos y más todavía las manifestaciones poéticas que se suceden en Orihuela, como este Aula de Poesía que hoy inauguramos; pero para ello no hay que exigir a los poetas oriolanos que hayan de permanecer en el nido hernandiano. Yo admiro a Miguel Hernández, creo que ha quedado muy claro, pero mi poética es muy diferente a la suya y, por tanto reclamo mi derecho a tener una identidad poética propia, a pesar de haber nacido en Orihuela.


José Luis Zerón Huguet

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