POR LOS CAMINOS DEL FRÍO
Portada del poemario |
José Luis García Herrera, nacido
en Esplugues de Llobregat en 1964, es rapsoda, crítico literario, narrador y antólogo
(en 1994 tuvo el detalle de incluirme en la antología Los nuevos poetas, editada por la inolvidable Seuba, y nos hicimos
amigos. Siempre le agradeceré aquel espaldarazo), pero por encima de todo en un
veterano poeta con dieciséis títulos de poesía y varios premios importantes a
sus espaldas, merecedor de un mayor reconocimiento por parte de la crítica. Sus
primeros poemarios, Lágrimas de rojo
niebla (1990, Premi Vila de Martorell 1989) y Memoria del olvido (1992)
son imaginativos, arrebatados, intensos, con una tendencia visionaria y
marcadas influencias del surrealismo, el Neruda más metafórico y los poetas de
la Generación del 27, especialmente Vicente Aleixandre. En su tercer libro, Código privado (1996) inicia una evolución
hacia una poética templada, lúcida, transitiva, de hondo contenido humano, que
podríamos llamar figurativa
Hielo, último libro de poemas publicado por el autor (Premio
Rei en Jaume, 2011) tiene una relación argumental con dos poemarios suyos: Mar de Praga (2005, Premio Blas de Otero
2004) y Cuaderno de Britania (2010,
Premio Juan Alcaide, 2010). En mi opinión, los tres poemarios conforman una
trilogía sobre el viaje como metáfora en la poesía de José Luis García. El
título de este último es escueto, sentencioso y sugerente. Tiene un doble
sentido geográfico y existencial, pues
alude al clima nórdico, inhóspito, cuando no agresivo para un hombre
mediterráneo, y a la crisis anímica del poeta, desamparado, solo y a la deriva
con sus íntimas catástrofes por una ciudad que les del todo ajena y con la que,
no obstante, se identifica. De hecho, la nieve y el sentimiento de orfandad son
los dos núcleos temáticos de este libro que se abre con el poema El viaje (Madrid- Copenhague):“El viaje
posee matices de destierro./ No solo es la distancia física la que separa/ el
tacto cercano de los cuerpos. Hay otra distancia –la cotidiana, la afectiva-/
abriendo un abismo en las fronteras del corazón./ El viaje recorre ambas
distancias, las aleja,/dejando en el ánimo cierta sensación de desamparo, de
orfandad, de pérdida/ ante los miles de personas que cruzan/ la amplia terminal
del aeropuerto”.
El libro
continúa con poemas que son breves anotaciones de un estado de ánimo cercano a
un naufragio que no llega a consumarse. El poeta, turbado flâneur, se mueve por
la capital danesa, camina por sus calles y plazas, siente el frío de la noche,
se refugia en los cafés. Le fascina la tierra del Norte y al mismo tiempo experimenta
los rigores de un viaje que tiene muy poco de iniciático y mucho de ritual
fatalista: “Es otoño, pero parece invierno. Lejos de aquí/ mi madre cose el
silencio de la casa/ que han abierto sus hijos con la ausencia (…) El frío de la
noche borra las huellas de mis manos/. Todo enmudece. Todo adquiere el color
blanco /que anuncia el mar de la nostalgia/ y la negrura espesa que precede al
silencio. / Lejos, muy lejos, mi padre lee unas cuartillas/ las palabras que no
sé decirle por teléfono./ El frío de la noche ha cerrado las puertas”(El frío de la noche).
La nostalgia y
la poesía son asideros contra la soledad y la intemperie (“La poesía es mi
refugio”, escribe el autor), si bien también pueden tener aristas: “un verso me
descubre la tormenta interior/ en la que desordeno la verdad de la lluvia.” (caminos cruzados). “Soy huésped de mis
ruinas./ Todo lo que levanté/no evitará mi paisaje al olvido (…)” (La sombra del silencio). La palabras no
siempre consuelan, ni posibilitan el acercamiento a la vida: “No hay palabras
que cierren/ las heridas del silencio. Ni miradas/ que escarben más allá de la
sombra/ El paso lejano de la noche/ aviva el deseo de la mujer que añoras./
Besas el perfume caído en las esquinas/ de las almohadas. No hay veneno/ más
amargo que el frío de la ausencia (Veneno).
Y esa ausencia omnipresente percute con dureza en el poema Hablando solo, así como en los versos finales de Gammel Kongevey (“Nadie me ayuda/ a
recoger los escombros/ de mis propios pasos”) y en ese tierno poema titulado Compartimos soledad –no exento de
patetismo- dedicado a la sirenita, la escultura más famosa de Dinamarca: “Nos
une esa mirada perdida en el vacío, ese destino/ trazado sobre las olas frías
de la espera”.
José Luis
García Herrera ha trabajado este poemario con un lenguaje austero que refrena
el ensueño y el estallido del caos. Los poemas parten de pequeñas anécdotas
biográficas y de lugares comunes, pero concluyen en lo esencial. Son
sentenciosos –a veces casi aforísticos-, translúcidos, monocromáticos y
silenciosamente tormentosos, aunque sensitivos. Con un tono entre lírico y
narrativo, el poeta expresa su soledad, su tristeza, su perplejidad, y lo hace sin
énfasis, con una serenidad estoica. El discurso de Hielo está elaborado con la sustancia personal del autor, pero no
es solipsista o egocéntrico. El confesionalismo, siempre lúcido y evocador,
está dotado de una sincera humanidad. El lector puede entrar en él y hacerlo
suyo sin el menor esfuerzo. El paisaje frío y crepuscular por el que transita
el poeta, allí donde acontece la ruptura de la luz, es también el camino para
llegar al fondo de la realidad.
Pese a todo, Hielo tiene sus epifanías cotidianas, sus momentos de esperanza –la
esperanza anida en la ausencia-, emotividad e íntima y fugaz felicidad: “Hoy es
hielo lo que encuentro/ a cada día que pasa. /Con la ilusión del niño/ que
ignora que todo juego acaba/ me aferro a los aromas de este sueño/ que puebla
de naranjos mi almohada (sueño). En
el mismo tono de reconciliación con la realidad están escritos los versos
finales de Color de tu presencia: “Guardo
en mis labios el sabor de los tuyos…/ El calor de tu presencia abriga mis
sueños./ Y al regresar a la calle, al mar de la noche, / los puñales del frío
ya no hieren mi carne/ ni me roban la sonrisa los fantasmas del hielo”. Y también
los versos esperanzados de A su manera, el poema que cierra el libro: “He salido a
recorrer esta ciudad con otros ojos/ y he aprendido a amar lo que por distinto/no
deja de ser hermoso a su manera”.
José Luis
García Herrera ha escrito con palabras sencillas un libro de poemas equilibrado,
maduro, medular, que nos aflige y conmueve por su melancólica belleza.
José Luis Zerón Huguet
Hielo, José Luis García Herrera, Ajuntament de Calvià, Mallorca, 2012.
PASEO POR NYHAVN
Si quedara una silla frente al mar
o una roca blanca
sobre la que sentarse con una cerveza
y un libro de poesía de Antonio Gamoneda,
o un ángulo muerto
desde el cual espiar a dos mujeres gesticulando
y hablando sobre los meses de verano,
me quedaría quieto, con los ojos cerrados,
escuchando el rumor de un agua lenta
descifrando los versos escritos sobre el hielo
que gotean la savia de su esencia
por manos adiestradas a peinar
las contradicciones del viento.
Si quedara una silla frente al mar
o una roca blanca
sobre la que sentarse con una cerveza
y un libro de poesía de Antonio Gamoneda,
o un ángulo muerto
desde el cual espiar a dos mujeres gesticulando
y hablando sobre los meses de verano,
me quedaría quieto, con los ojos cerrados,
escuchando el rumor de un agua lenta
descifrando los versos escritos sobre el hielo
que gotean la savia de su esencia
por manos adiestradas a peinar
las contradicciones del viento.
Querido José Luis Zerón y amigos de Auralaria. Mil gracias por escribir tan espléndida reseña (para José Luis) y por publicarla en vuestro blog (amigos de Auralaria y especialmente a Luisa). Un fuerte abrazo. José Luis García Herrera.
ResponderEliminarFelicito a José Luis Zerón por su magnífica reseña. He leído algunos libros de José Luis García Herrera, pero no conocía la existencia de Hielo. El problema de los libros premiados por Ayuntamientos, Diputaciones, etc. es su escasa distribución.
ResponderEliminarSaludos y felicitaciones a los responsables de Auralaria, un blog muy atractivo para los que estamos aenganchados a la poesia.
Boris