Jimmy Santiago Baca |
Sería maravilloso que con el Año Nuevo
pudiera dejar atrás, junto con el año que se ha ido, mi
soledad.
Mi soledad como la
suela de ese viejo par de botas de trabajo
que mi perro sacude adelante
y atrás
con el vigor de sus mandíbulas,
mordisqueándolas durante horas todos los días
en el jardín de la
entrada –
la lluvia, el sol, la nieve o el viento
con sus descalzos pies ponderando mi poema,
y mi mirada más allá de la ventana,
detenida en esas sucias botas
que han quedado abandonadas en el jardín.
Y sin embargo, mi felicidad depende mucho
de esas botas que calzo.
Cuando el día toca a su fin,
y me siento a escuchar una ranchera mejicana,
me recreo mirándolas, considerando
todos los caminos equivocados que ellas y yo hemos tomado,
todos los antros prohibidos que hemos visitado,
y mientras el cantante mejicano plañe su dolorosa canción,
yo sonrío a mis botas, captando cada una de las notas de su
voz,
y los extraños, cuando me ven meciendo mis botas
al compás de la canción, pueden ver
sus suelas arañadas, mordidas, desgastadas.
Las sigo llevando porque me quedan tan bien,
y las necesito, especialmente cuando amo con tal fuerza,
en esos parajes por los que asciendo senderos de cantos
rodados,
donde las flores resquebrajan las peñas en su imperioso
delirio de luz.
Versión de Luisa Pastor
No hay comentarios:
Publicar un comentario