domingo, 15 de febrero de 2015

Antonio Gracia: Tres astillas de una obsesivaria



  1. Como he dicho en la página anterior, hace 20.000 versos escribí un poema solitario y el poema era yo. Tenía rostro de muerte, lectura de cadáver y escritura de vida. Lo fui lentamente, me absorbió lentamente hasta que, lentamente, sin apenas notarlo, él fue quien me escribió. Eso es: yo creo que escribo versos. Pero que son los versos quienes me escriben día a día. Sólo soy lo que un poema no consigue arrebatarme. Y ojalá me arrebaten totalmente. Ojalá que ese poema en el que me convierta no se acuerde de mí. Sería la perfecta metamorfosis: yo sería.

  1. Tal vez sea absurdo: pero recuerdo el terror de Cervantes pensando durante toda su vida si perdería su otra mano: yo, que sólo soy mi escritura, ¿cómo podría serme? Eso es la poesía: el horror de pensar que uno no consiga ser el poema que es.

  1. Un día introduje mi mano en mi cerebro y oprimí el cielo: hice de mi ansiedad un catasterismo llamado Dios: el tiempo lo transustanció en poema iconoclasta. Escribir no debe ser más que introducir el folio dentro del cerebro: cuanto más manchado de sangre mental salga, más poema, más hombre es ese folio. Lo demás es hacer literatura.


  1. Escribir es la prueba definitiva de que vivir no basta, de que la vida es un fracaso: de don Dios o mío. El arte nace como consecuencia del instinto del hombre de corregir un error de don Dios: el de no haber sabido darnos la inmortalidad. Para repararse, don Dios destruye el tiempo, inventa la otra vida: el cielo y el infierno. Para conseguirlo, el hombre inventa el Tiempo, crea la vida de la Fama: el Arte.  

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