¿Qué
tenemos hoy que no se deba a una revolución, a un movimiento que dé
contestación a una época de decadencia? Nuestro modo de vida, despreocupado y
feliz, por ejemplo, ha sido la pildorilla que nos entregaron, entre otros, los visionarios de los 60, gracias a sus
propias movilizaciones. Más allá de Woodstock,
el mundo comenzó de nuevo a revisarse: cuestiones de tolerancia interracial, de
emancipación femenina, de libertad sexual, de antibelicismo, de preocupación
por el medioambiente,… fue el regalo que nos hicieron aquellos jóvenes, retratados de manera muy
simplista e interesada por algunos de sus contemporáneos, como el ex – presidente de los EEUU, ya
desaparecido, Ronald Reagan (al
menos, éste reconocía que era actor), quien, en el colmo del desparpajo
figurativo, dio su propia definición de aquellos rebeldes individuos, sin
paliativos: “tíos –dijo- con el pelo como Tarzán, que caminan
como Jane y que huelen como Chita”. Por no hablar (me imagino que se quedaría con algo en
la punta de la lengua) de sus excentricidades estilísticas y étnicas, sus arco
iris de idealismos fútiles, su inclinación anárquica y apátrida, sus marginales
comunas o su célebre debilidad por las sustancias enajenantes, como la
marihuana o el LSD. Y ya que hablamos de esa mítica droga, cabría recomendarles
a nuestros políticos y, ¿por qué no?, a ciertos civiles más que cómodos y
materialistas, un buen chute de esos combinados, un cóctel especial, entre
parlamento y parlamento, de Libertad,
Sentido del deber y Decencia. No sé, no sé… Lo mismo sus organismos no lo
resisten… Mejor que prueben primero a escuchar a Joan Baez, y así empiezan poco a poco a iniciarse en esa cosa tan
alucinógena que llamamos derechos humanos.
Luisa Pastor
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